Todo inicia con una buena historia

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Era una noche sin luna ni viento. El calor era sofocante, pero ya nadie lo sentía en aquel momento, abstraídos por la voz de mi abuela. Toda la familia mantenía un silencio expectante. Contaba una vieja historia, de cuando era niña y había ido a entretenerse con sus amiguitas al velorio de una mujer alcohólica. Mientras las mujeres rezaban por el alma de aquella desdichada, una contracción muscular, o eso quisimos suponer todos, levantó el cuerpo de la fallecida hasta quedar sentada sobre su propio ataúd. Mi abuela no supo realmente qué pasó, pues apenas vio erguirse el cuerpo de la fallecida, salió corriendo y no paró hasta llegar a su casa bañada en llanto.

No olvido el estremecimiento que me causó aquella historia, principalmente porque fue de las primeras que escuché en mi vida. Lo curioso es que cada vez que mi abuela comenzaba a contar este tipo de anécdotas, toda mi piel se erizaba y sabía que tenía que huir inmediatamente para evitar una noche en vela, pero era imposible. Quería saber el final de todas. Y aun al día de hoy tengo el vicio de consumir todas las buenas historias que pasan frente a mis ojos, ya sea a través de letras o imágenes, y no puedo escapar hasta conocer su final.

Quizá éste fue el motivo por el que decidí convertirme en periodista. Tomé la decisión de dejar de ser un mero espectador y convertirme en creador. Porque quien decide dedicarse al oficio periodístico debe saber que aunque la técnica de la pirámide invertida es básica para escribir una nota periodística, ante todo debe saber que lo que va a contar es una historia, como las que cuentan todas las abuelas. Porque cuando se pierde este componente emotivo, el periodista se convierte en una cámara que tan sólo se dedica a transmitir “imágenes” sin sentido.

No tengo dudas de que el periodismo es un género literario, por más que algunos escritores y periodistas se empeñen en negarlo. En ambos casos afirman que el periodismo tiene ciertas reglas que limitan su capacidad artística, como el compromiso con la verdad y el de informar antes que agradar: la ética antes que la estética. No obstante, en la historia de la literatura han existido infinidad de reglas y limitantes que los mismos creadores se han impuesto como una forma de dar mayor valor a su arte y a sus propias capacidades artísticas o literarias. Por ejemplo, en todos los endecasílabos italianos el acento va en la décima sílaba y nunca en la décimo segunda. Igualmente, un periodista tiene que hacer equilibrios para encontrar una buena historia y contarla de tal manera que sea capaz de estremecer a su lector. Porque el periodismo sacude como una cachetada ya que, a diferencia del relato o la novela, todo lo que se cuenta realmente sucedió.

Es cierto que la narrativa de ficción causa los mismos efectos, pero no lo lograría sin un componente de verosimilitud que introduzca al lector en situaciones, experiencias o sentimientos conocidos o cercanos, aun cuando se trate de un libro de ciencia ficción o simplemente la historia se lleve a cabo al otro lado del mundo.

Muchos años después, al recordar la historia que contó mi abuela pensé en eso de ir a velorios para entretenerse en un mundo sin mayores diversiones. Me pareció curioso y único. Pero no lo era. Lo supe cuando leí La hojarasca de Gabriel García Márquez, donde cuenta que Isabel cantaba en los velorios por diversión y comprendí que Macondo podía ser el pueblo de mi abuela.

// Carlos López-Aguirre es profesor del curso de No Ficción del Laboratorio de Escritura.

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