Borges y su amigo

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Por Leonardo Valencia

Decía Augusto Monterroso que la lectura de Borges es maléfica cuando pasamos de largo al lado de sus libros, tanto como si lo leemos siempre. Es benéfica, en cambio, si lo seguimos un rato para ver qué hace. Sigámoslo entonces durante un rato ya que este año se cumplieron veinticinco de su muerte y el Centro de Editores de Madrid ha publicado una conferencia inédita que Borges dio en la universidad de Austin, titulada “Mi amigo don Quijote”.

Borges dedicó alrededor de una decena de textos a sus lecturas del Quijote. Poco le interesaba el resto de la obra de Cervantes. Incluso en su prólogo a las Novelas ejemplares lo más interesante se concentra en el Quijote. ¿Qué le apasiona de la novela de Cervantes? Sus razones son ajenas a las habituales. No le interesan los refranes del hidalgo, no le parece acertado tomar la novela como un retrato de la España de su época y considera un anacronismo creer que es un modelo de riqueza léxica. Su prosa, dice el argentino, es más eficaz que florida.

Esto nos compete: Borges rebate al Montalvo de los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. En parte tiene razón, si no fuera porque Montalvo entendió, a fin de cuentas, lo mismo que terminará apreciando Borges: que don Quijote es un personaje tan vivo que sus aventuras son potencialmente infinitas y que algunas se le pudieron “olvidar” a Cervantes. Esa condición viva de don Quijote lleva a Borges a sospechar que sus aventuras son adjetivas, meros accidentes, o trances, como los llama, para presentarnos a una gran personalidad. Borges también señaló la profunda soledad de don Quijote. Pero sobre todo advirtió que apreciaba en la ficción de Cervantes el paso entre el sueño y lo real, o mejor dicho, el desdibujamiento de lo real y la consistencia del sueño.

En literatura a veces funciona un principio especular: dime a quién lees y cómo lo lees y te diré cómo escribes. Al mismo Borges se lo lee o se lo deja de leer por razones tan parciales como las que sufre el Quijote: por su erudición, por sus paisajes míticos de Buenos Aires, por su cosmopolitismo radical, y peor aún –herejía más difícil que con la prosa de Cervantes– como modelo enriquecido o barroco de la lengua. Para quien lea y relea sus libros, Borges se revela espontáneo con su cultura, menos adjetivo que preciso y visual, extremadamente económico en su brevedad, y siempre solitario –su biógrafa María Esther Vázquez remarcó esto– con un tono íntimo por el que casi podríamos escucharlo, curiosamente, hablándonos como si él y nosotros estuviéramos fuera de los libros, pero al lado mismo y dispuestos, de inmediato, a sumergirnos en nuevas lecturas.

Buscar a Buenos Aires en Borges puede ser tan vano como buscar a España en Cervantes. Buscar y encontrar la voz de un solitario que sueña es más prometedor, y sobre todo la de alguien que cree en la fuerza de la literatura. Basta leer su cuento “El Aleph” para entender qué caminos recorría Borges y que le permitieron tener a solas, en la palma de la mano, un espectro que incluía el mundo.

Leonardo Valencia es profesor del Programa Continuo de Narrativa

Fuente: http://www.eluniverso.com/2011/11/22/1/1363/borges-amigo.html

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