El libro como contraseña

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Por: Leonardo Valencia

Semanas atrás falleció George Whitman. Era un americano que residió en París desde 1948 donde fundó una pequeña librería en la rue de la Bûcherie:  Shakespeare and Company. La librería pasa desapercibida en medio del fasto parisino, con sus paredes verdes y su letrero amarillo, flanqueada por dos jacarandás. Tiene libros en inglés, aunque hay algunos en otros idiomas, al fondo, junto a la estrechísima escalera que lleva a los pisos superiores.

El local parece estar siempre en ruinas. Las ruinas, sin embargo, perduran a su manera. Fue en 1993 cuando conocí la librería, creyendo que era la de Sylvia Beach, la mítica librera y editora de la primera edición del Ulises de James Joyce. Es decir, no sabía quién era George Whitman, que ese año rondaba los ochenta. Para mí era el librero, y le pregunté si era posible ver esa primera edición del Ulises. No sé qué pensó pero luego de un par de segundos se levantó, me indicó que lo siguiera por la escalera, entramos a una habitación, abrió una estantería bajo llave y me mostró el enorme libro de Joyce, que no había encontrado editor en su país sino allí, en Francia. Luego supe que la librería original estuvo en otra parte y que Whitman había adoptado el nombre por su amistad con Sylvia Beach. A su hija, que tuvo a los sesenta y ocho años, también la llamó Sylvia.

Recuerdo que Whitman llevaba una camisa a cuadros y que conversamos en español –había vivido en Centroamérica– mientras yo pasaba fascinado las páginas del Ulises. Me invitó a una lectura de poesía esa noche, guardó el libro y luego desapareció escaleras abajo. Volví en la noche: un puñado de personas, sentadas en círculo, escuchaba versos en inglés en un cuarto a media luz como si confabularan en la noche parisina. Whitman, además, hospedaba gratuitamente a escritores y estudiantes en camas improvisadas bajo los anaqueles.

He vuelto muchas veces a esa pequeña librería. Será porque en una librería acogedora nadie se siente extranjero. Allí encuentro siempre pequeños tesoros asequibles. Volví a ver a Whitman deambulando entre sus libros pero no me atreví a hablarle. Supe que había sido amigo de los poetas de la Generación Beat, de Lawrence Durrell y de Cortázar, entre tantos más. Cuando he leído libros que hablan de la pasión de los libros, como la novela de Sam Savage, Firmin, o 84 Charing Cross Road, de Helene Hanff, siempre recuerdo al viejo Whitman.

Me apena saber que ya no está. Fue gracias al libro de Joyce, o mejor dicho, a esa particular obstinación que producen los libros, los que a veces preparan y facilitan encuentros, abren conversaciones y son guiños que el lector atrapa como una contraseña. Nada como un libro para quebrar fronteras o saltar distancias, más franqueables de lo que parecen. Es como si además de llevarnos al placer y al conocimiento hacen de trampolín a la aventura y la hospitalidad. Entre las frases dispersas en los rincones de Shakespeare and Company, la más notable advierte que no hay que dejar de ser hospitalario con los extranjeros, porque pueden ser ángeles disfrazados. George Whitman, sospecho, estuvo disfrazado.

Leonardo Valencia es profesor del Programa Continuo de Narrativa

(Fuente: http://www.eluniverso.com/2012/01/31/1/1363/libro-como-contrasena.html)

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