La Gran Casa

Por Claudia Apablaza

Que la tierra te sea leve, Ricardo Sumalavia (Bruguera, 2008)

Leer un nuevo libro, es en parte para confrontarlo con mis lecturas anteriores, pero a la vez es confrontarlo con aquello que no está dicho, aquello que bien podemos decir y que pertenece a una categoría llamada silencio, silencio aplazado, tal vez, y que aspiro a que vaya dejando de ser tal, para revelarse en las lecturas y la vida y los seres que las pueblan.
Ricardo Sumalavia (Lima, 1968), con su primera novela Que la tierra te sea leve, revela una parte de ese silencio. La de enseñar con una sutileza desinteresada, con la generosidad de un maestro Zen, a hacer y deshacer la memoria (por tanto a ver su imposible fin e inicio) a través de voces, recuerdos, y el cruce de infinitas historias, que se dice son dos: un escritor que busca a su hermano literario y otro hombre que busca a su hermano, el enano Féfer; pero que leída y releída encontramos más de esas dos, y nos enfrentamos a la historia de la Gran Casa, metáfora del cuerpo y su registro, de la mente y sus huellas, de la Literatura y la vida.
Fragmentar y llevar de la mano al lector a que todos los recuerdos de estas voces de infancia y adultez se fundan entre sí, a la vez que se hacen uno; y que el caos entregue la unidad de todos esos fragmentos e historias que se alojaron en la Gran casa, es el gran ejercicio que logra Sumalavia en esta notable novela.

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