Galería de creadores: Papel de fumar

Hoy estoy muy contento. Dentro de un rato llegará Juana, la mujer a la que ayer conocí en el taxi. He vuelto a quedar con ella. Esta mañana la he acompañado a su casa. Abajo, en el portal, hemos coincidido con mis vecinos, los nuevos. ¡Qué vergüenza he pasado! A ella en cambio le ha dado por reír. Me gustaría poder tomarme las cosas así.

Yo no suelo quedar con mujeres, y mucho menos en mi casa, de noche. ¡Y dos veces seguidas! Pero a ella supongo que debió de gustarle mi compañía, porque ha querido repetir. No es que me parezca increíble, pero no estoy acostumbrado, la verdad.

Hace solo un par de semanas que mis nuevos vecinos viven en el 1º 1ª, el piso que dejó aquella pareja tan rara que andaba siempre a gritos. Estos no, estos van cogidos de la mano, al menos las veces que yo los he visto, y se miran de una forma que no deja lugar a dudas. Están enamorados. Gritos también dan, puedo dar fe de ello, pero son gritos muy distintos.

Lo que ocurrió ayer fue, en realidad, algo excepcional para mí. Me da vergüenza reconocerlo, pero hacía mucho tiempo que yo no mantenía relaciones. Exactamente nueve años y tres meses. Y antes de aquel encuentro, que tampoco es que fuera una gran experiencia, debía de hacer más tiempo aún. Si dijera doce años, creo que no me equivocaría de mucho.

Mis vecinos son más jóvenes que yo y se les ve bastante formales. Ella me pareció una chica interesante desde el primer día en que la vi. Es bajita y, francamente, bastante guapa. Me gustaron sus zapatos, que son verdes y llevan una tira en medio del pie. Y también me gustó, por qué no decirlo, su trasero.

Pero yo estaba hablando de Juana. Lo de ayer fue un golpe de suerte. Subió al taxi como una pasajera más y, aún no sé muy bien cómo, al cabo de media hora estábamos en mi cama. Fue ella quien llevó la iniciativa en todo momento. Nos entendimos a la perfección, como si lleváramos toda la vida practicando. Si no fuera porque estos asuntos es mejor mantenerlos en el terreno de lo privado, no me importaría entretenerme contando algunos detalles.

Solo hubo, en todo caso, un problema, si es que puede hablarse de problema. Debo hacer una excepción y contar una intimidad: Juana chilla como una posesa. En mitad del asunto, ella no paraba de gritar. Y yo, por mucho que lo intentaba, no podía dejar de pensar que los vecinos nos estaban oyendo, como mínimo los del 1º 1ª, porque el tabique que separa su habitación y la mía es como papel de fumar. Hubo un momento en que no pude contenerme más y me atreví a taparle la boca con la mano. Ella no protestó, a no ser que puedan interpretarse como una protesta un par de mordiscos. Pero el volumen de sus gritos no disminuyó. En fin, no digo que eso me estropeara la noche, ni mucho menos, pero en aquel momento me resultó bastante incómodo.

Acabamos cansadísimos. Nos tapamos con las sábanas, nos tumbamos boca abajo y yo le rodeé la espalda con el brazo. Fue entonces cuando empezamos a oír, nosotros, a los vecinos de al lado. A través de la pared podíamos distinguir perfectamente cómo hacían sus cosas. Se oían, sobre todo, los gritos de mi vecina, mucho más discretos que los de Juana, pero más largos y más cerca los unos de los otros. No era esa la primera vez que la vida íntima de mis vecinos se colaba en mi casa a través del tabique, pero hasta ayer había preferido no hacerles demasiado caso, más que nada por vergüenza. Por lo general, enciendo la radio y así desvío la atención. Pero esta vez pasamos un buen rato escuchándoles y riéndonos. Fue la guinda del pastel. Después ella encendió un cigarrillo y yo me quedé dormido.

No deja de ser casualidad que esta mañana, al salir de mi casa, nos hayamos encontrado precisamente con los vecinos del 1º 1ª. Han sido solo unos segundos. Estaban cerrando la puerta y nosotros teníamos que pasar por delante de ellos para bajar las escaleras. Nos hemos saludado. En el momento en que Juana y el chico han cruzado sus miradas, se han echado a reír. No han podido reprimirse y se les ha escapado la risa a los dos a la vez. Han acabado desternillándose juntos. La mujer y yo, mientras tanto, los mirábamos. Nos hemos ruborizado. Me he fijado en sus zapatos verdes, los de la tira, y en su trasero también. He llevado a Juana a su casa y después me he ido a hacer unas gestiones y he comido y he echado unas cuantas horas en el taxi. Puede que parezca una tontería, pero he estado casi todo el rato pensando en cómo podría hacer para que ella hoy no haga tanto ruido. No tengo nada claro cómo enfocar el tema.

No importa. Lo que sí que importa es lo contento que estoy. Juana no es una mujer de bandera, pero tampoco está tan mal. Creo que podría estar a su lado, si ella me lo permitiera. Creo que podría darle amor. Y esa es la razón por la que estoy tan contento.

Vicente Aparicio Bádenas
Alumno del Curso de Narrativa Avanzado
Escribe en el blog http://lakarcoma.blogspot.com

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