El perro de terracota, Andrea Camilleri

No será El perro de terracota del gusto de los finos paladares literarios.

Los lectores acostumbrados a galantes metáforas o las sutiles excelencias de un Marías o un Llamazares no conectarán con la larga serie de novelas con que el siciliano Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925) viene copando el mercado desde que en 1994 creó su personaje estrella, el comisario Montalbano. Los buscadores de estas perlas deben bucear en otras aguas que no sean las sicilianas ya que no encontrarán ni en La forma del agua, ni en El ladrón de meriendas o en La excursión a Tíndari la más distante excusa que les haga seguir leyendo. El veterano profesor de Arte Dramático es poco dado a cualquier quincallería verbal. Los críticos han bautizado ya como “novela criminal mediterránea” al género (la marca siempre vende) y lo unen a las creaciones de Markaris y Jean Claude Izzo aunque a mi juicio el siciliano mantiene sus códigos propios.

No acabaríamos fácilmente con los defectos del arte de Camilleri pero sin duda los guiones que elabora el siciliano son deslumbrantes y es que se puede encontrar belleza en un cactus o una chumbera sin que uno desee tener un jardín espinoso en la puerta de su casa. En su favor no discutiremos el dominio de la ambientación (la Sicilia contemporánea, devorada por problemas clásicos como la Mafia y la apatía pero preocupada también por nuevos desafíos como la inmigración y las mafias del Este) Sus diálogos, ricos aunque con el estárter algo acelerado, siempre cumplen con el propósito de hacer progresar sus espesas tramas. En este apartado de logros situaríamos también que lo plano de sus personajes nos hace digerirlos con simpatía, no tienen aristas, nos sentiremos pronto cercanos a sus habituales Mimí Augello, Catarella, a la inalcanzable Ingrid o a Livia, la novia invisible de Montalbano.

De toda la larga serie de novelas-guiones de Montalbano, es sin duda El perro de terracota el cuerpo más cincelado por el autor. Sigue ausente la belleza textual, la entierra el agitado ritmo de Camilleri, pero será en la propia trama donde encontramos la perfección de la que carece su estilo; dibujará con zumo de limón las más bellas metáforas el siciliano para que sea el lector el que ordene todo, el que ponga epítetos a lo que él bosqueja. Es el triunfo de la imagen cinematográfica sobre la literaria, una verdadera rendición desarrollada en imágenes como la de Lisseta y Mario, los dos amantes unidos en un mismo abrazo desde la Segunda Guerra Mundial, como la del complicado ritual que los despierta o la de la avioneta que deja caer en su recuerdo pétalos de rosa sobre la multitud.

Son todas ellas figuras tan cinematográficas como delicadas que pueden reconciliar a cualquier buscador de metáforas elevadas con el arte de este octogenario enhebrador  de guiones.

//Fernando Clemot es profesor del curso de Narrativa Avanzada del Laboratorio de Escritura.

  1. [...] perro de terracota ha sido reseñado en  Memorias de Lectura, Laboratorio de escritura y Revista de Letras. Visitar también la página de Camilleri fans club y Mis detectives [...]

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