Mella y Criba, Ida Vitale

Este poemario de la uruguaya Ida Vitale, (Montevideo 1923), sorprenderá de nuevo a los lectores ante la evidencia de que su poesía constata que la edad del poeta no es otra que el tiempo del poema, y ese tiempo no es cronológico, tampoco lo lleva el cuerpo. En todo caso, es el tiempo del alma.

Ida Vitale escapa de clasificaciones reductoras, y como indica el título del libro, Mella y Criba (Pretextos, 2010), en su contenido parece decir lo mínimo en su gran despliegue de significado: Mella es un vacío que queda de una cosa dejando un hueco. Después ahí queda la criba, que es seleccionar y elegir lo que interesa. Sin ajustar las cuentas, cayendo por sí solo, como la palabra en el poema nos deja absortos y volvemos a creer en la poesía es: “una intimidad que coincide con la intimidad de los otros”, como ha dejado dicho.

Este poemario carece de un tema determinado, y eso es bueno, porque los temas no los hace el libro. Cada poema podría ser un motivo, una mirada concisa que reflejara esa intimidad en la que se puede reconocer el lector. Su unidad está en el lenguaje empleado y su grandeza, en la amplitud para comprender el significado.

La alta condensación de versos abiertos a reflexiones sobre el tiempo y el espacio en una suma formada por el deseo más la conciencia del límite; o la memoria más la disolución del tiempo, reflejan el latir de esta escritura Leemos en el poema con el que se abre el poemario: De un jardín, el resumen/ bajo una claraboya./ Entre plantas sin flores/ para recuerdos tristes,/ el siempre solitario trazó/ su ruta de irrealidad,/el repetido hastío de décadas iguales. Joven, perdió su vida,/ viejo, murió sin saber cómo armar/ las cenizas del resto. Sin duda, el planteamiento es sutil. No hay nada metafísico en la evidencia de reconocer la soledad a la que nos vemos abocados durante los tiempo de máxima conciencia. La poesía lo testimonia, pone en palabras ese agujero lejos de cualquier centro. Porque para la autora, la poesía es eso que está lejos. Lugar donde una no puede detenerse. “Tantos cantaron/ a los álamos/ mientras ellos, los álamos/ no lamentan sequías/ ni el viento/ que desmenuza/ cada murmullo,/ ni las guerras.” El afuera no es lo real. Proyectamos nuestro deseo en el acto de mirar lo otro y no queda más remedio que echar mano de las comparaciones, de las personificaciones o los recursos retóricos, que por cierto, Ida Vitale ahorra al máximo .

Hablar de ello no es fácil porque siempre tropezamos con los temas universales y éstos aunque inamovibles, se transforman en función de quien los cuente. La trascendencia parece estar más hecha a la medida de sus versos que la mera anécdota, de la que ha huido siempre, nada más opuesto a los poemas de su paisano Mario Benedetti.

Sin ser autobiográfica deja una estela de existencia interior no autocontemplativa. La inteligencia de esta poesía radica en que sabe poner el límite entre lo que podría ser infinito: el tiempo y la angustiosa conciencia de que un poeta sólo puede fijar lo momentáneo. La existencia es un cambio sin cesar (Bergson) y se basa de un estado a otro mediante sensaciones, sentimientos, voliciones, representaciones. “La vida sí se engaña/ hacia la rama alta/ para allí desplomarse”.

// Concha García es profesora del curso de Poesía del Laboratorio de Escritura.

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