Galería de creadores: Los pájaros

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Julio se levantó antes de que el sol comenzase a iluminar el Altiplano Andino.  Fue a la cocina. Quitó la manta que cubría la jaula de los pájaros y colocó agua en la caldera.  Mientras tomaba su café, observó por la ventana el tenue amanecer en la ceja de El Alto.

Como todos los días, salió a comprar el periódico. Los puestos improvisados de venta de Apis* a lo largo de la calle, despedían un olor dulce y aromático que le trajeron nuevamente el recuerdo de Maya, su compañera de toda la vida.

Hacía poco más de un año que ella había muerto, dejándolo solo con la compañía de unos pájaros de colores que habían comprado juntos unos meses antes.

Regresó a su departamento y se dispuso a hojear el periódico en la cocina.  La compañía de los pequeños pájaros alejaba el silencio de la soledad y sus silbidos aparentaban el inicio de una conversación.

-Espero que el ruido de los truenos no los haya despertado anoche- les dijo.

Los pájaros silbaron al unísono cuando él se acercó a la jaula para darles su desayuno.

Julio comenzó a leer las noticias en voz alta.

-Siempre lo mismo, la política parece una novela sin fin- comentó.

Los pájaros volvieron a silbar, parecía que opinaban airadamente sobre su comentario. Él sonrió, se quedó en silencio, pensativo y les dijo:

-Aprecio mucho vuestra compañía, señores.

Luego del almuerzo que tomaba en la pensión de Don Roberto, se fue al Club 16 de Julio donde se encontraba con viejos amigos, muchos de ellos también jubilados, con los que le gustaba pasar el tiempo conversando, intercambiando viejas anécdotas y partidos de “cacho” o ajedrez.

Regresó a casa como a las 5:00 p.m. y se dirigió a la cocina para prepararse un café con leche.  Deshizo un pan en migajas y se los dio a los pájaros que lo miraban fijamente desde la jaula.  Entró en la pequeña despensa donde guardaba sus alimentos, metió la mano detrás de un viejo mueble de madera que cubría un pequeño hoyo en la pared y tomó su diario.  En él escribió lo siguiente:

Hola mi hermosa.  Se que de alguna forma te llegan mis palabras.  Te cuento que los pájaros que compramos en la feria de El Prado se han apropiado totalmente de la cocina.  Son una buena compañía.

A veces se quedan totalmente callados y cuando los observo los veo muy quietos, casi inmóviles. Parece que me quisieran decir algo.

Me gusta hablarles. Comenzar saludándolos con un “¡Hola!”, aunque no haya salido de casa. Ellos me responden con silbidos y cantos de distintos tonos, según el tema de conversación. En las mañanas retiro la frazada que cubre su jaula por las noches para que no les haga frio.  Les doy de comer regularmente. Por las noches cuando regreso a casa preparo la cena y les cuento las anécdotas que me contaron en el Club.  También les cuento chistes de jubilados que los hacen silbar alegremente.  Parece que me cuidaran.

El otro día abrí su jaula para que se fueran volando, para que escaparan y salí a la calle.  Al volver los encontré comiendo las migajas que dejé en el platillo de la mañana.  Cuando me vieron regresaron a su jaula.

Anoche soñé que vino un niño y abrió la jaula.  Los pájaros salieron volando y me llevaron sobre las copas de los arboles, sobre las calles de la ciudad, sobre los automóviles, sobre los edificios atestados de oficinas, sobre las fabricas, sobre las universidades, sobre los cuarteles, sobre los colegios, hacia parajes llenos de vegetación, sobre desiertos, sobre ríos, sobre montañas, sobre el mar, sobre la playa y sobre bosques verdes  hacia una luz inmensa donde sentí tu presencia.  Soñé que me llevaron volando hacia algún lugar del vasto Universo, inmenso e inexplicable como la Fe”.

Julio cerró el cuaderno y lo escondió en la ranura que había en la pared. Luego cubrió la jaula de los pájaros con la manta, se despidió de ellos y se fue a dormir.

Esa noche soñó con un río cristalino y tibio en el que se sumergía apaciblemente y no volvió a despertar.

Velaron a Don Julio en su pequeño apartamento un sábado. Uno de los nietos de su hermana encontró una jaula de pájaros vacía que estaba en la cocina.  Estaba muy limpia, casi nueva, como si nunca la hubiesen utilizado.

El libro de la pared sigue en el mismo lugar.

Daniel Ayoroa
Alumno del curso de Introducción a la Narrativa

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