Soluciones creativas: Inspiración / Leonardo Valencia

inspiracionLa inspiración tiene diferentes rostros, ninguno estable, ninguno definitivo. Una investigación de Robert Graves sobre las raíces de los ritos poéticos sugiere que hay una diosa que estaría en el propósito de la escritura, como si los escritores se dirigieran hacia una imagen que huye. El libro de Graves, titulado La Diosa Blanca, será reeditado este año con una nueva traducción por la editorial barcelonesa Lumen, y probablemente invite a renovar los debates sobre la inspiración.

Hoy se prefiere hablar de creatividad como una especie de sedimento de horas destinadas al trabajo. Nociones también contemporáneas como “serendipity”, ese azar inexplicable y anticipatorio mencionado en las exploraciones científicas, retoman, aunque no lo parezcan, concepciones religiosas, de don divino, y por lo tanto no alcanzables sin la mediación de alguna forma de autoridad, negada al laico o profano.

Hasta los veinte años creí en la inspiración. Cuando comprobé su inestabilidad, mucho más cuando se quiere escribir novelas, lo llamé el síndrome de Mahoma, porque consistía en esperar que el día menos pensando vendría alguien a revelar el texto completo del libro que se quiere escribir. Dicho de otra manera: que la montaña vendría a Mahoma. Así se espera cómodamente sin mover un dedo; a la larga la montaña vendrá, sí, pero convertida en polvo.

Cómo me habría gustado en esa época leer un párrafo decisivo de la Vida de Henry Brulard. Si hubiese comentado mi proyecto de escribir -decía Stendhal- cualquier hombre sensato me habría dicho que escriba dos horas todos los días, con inspiración o sin ella; estas palabras me hubieran permitido aprovechar los diez años de mi vida malgastados tontamente aguardando la inspiración.

Sin embargo, es posible que haya un estado parecido a la inspiración. No lo llamaría así, porque no viene de lo externo, no desciende sobre nosotros, sino que sale de nosotros, emerge. Prefiero llamarlo expiración. Ocurre cuando se escucha bien un recuerdo, un gesto o un detalle muy concreto que pondrá en movimiento nuestro lenguaje con palabras que no salen en nuestra vida diaria. Esa expiración puede inducirse observando y concentrándose en un punto fijo, hasta llegar al límite en el que lo observado pierde el uso tópico que se le ha dado y se le traslada el movimiento subjetivo de quien lo observa, y al que conviene dejar salir hasta donde sea posible. La expiración siempre implica un alto grado de riesgo: está en juego el propio aliento, a veces el último aliento. Al abordar un tema auténtico para el escritor, el lenguaje sufre una mutación, las palabras cambian de temperatura -incluso pueden enfríarse, y esto es positivo en literatura-, todo se conecta y empieza un flujo tranquilizador, que es más bien lento, destilado. Es lo contrario a un exabrupto.

Es difícil definir qué es un tema auténtico. Puede ser algo remoto o antiguo, que aparentemente no tiene relación directa con nosotros, pero que la tiene en un grado de profundidad que no se ve a primera vista. Para verlo hay que barrer ese polvo de la superficie que no nos corresponde, y que es lo único que llega de esa montaña inmóvil llamada inspiración.

// Leonardo Valencia es profesor del curso de Novela del Laboratorio de Escritura.

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