Galería de creadores: La ache de ayer
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En cuanto la vio supo que era ella. Desde la barra la observó cruzando el bar para sentarse a la mesa. Su belleza madura no le había cambiado la fisonomía, la hubiera reconocido en cualquier lugar, pero jamás pensó en la posibilidad de reencontrarla allí, en su cafetería de la Estación Central, leyendo un libro y tomando café.
Nunca tuvo tanto interés en asistir a la escuela como en primer y segundo grado de primaria, los dos cursos que impartía la maestra más joven y bonita del colegio.
Hacía años que no había vuelto a pensar en ella pero mirándola descubrió que había estado más presente en su vida de lo que imaginaba, reconocía en ella a todas las mujeres con las que se había relacionado sentimentalmente.
La revivió junto al encerado, aprovechando la hora del patio para llenar la pizarra de color, sugerentes dibujos con tizas de colores con los que ilustraba a sus alumnos: Las partes de una flor, el corazón humano…
Y escuchaba de nuevo los pacientes consejos que le daba al corregir su ortografía: “La ache de ayer, guárdala para hoy”
Le parecía estar oliendo su perfume fresco de frutas que él aspiraba con disimulo. Las mismas que se habituó a comer con verdadera avidez para sorpresa de su madre. Notaba los dedos posándose en su cabeza y entrelazándose en el pelo en un intento de ordenar sus cabellos rebeldes. “Muy bien Juanito, sigue así, muy bien presentado”, sin imaginar la cantidad de veces que había repetido la página para dejarla pulcra y conseguir así el premio de su caricia.
Recordaba el amor que le inculcó por los libros, la forma de abrirlos y de tratarlos con sumo cuidado, como si escondieran un tesoro. Siempre rodeada de ellos, igual que en esos momentos, sumergida en su lectura mientras bebía distraídamente el café.
¿Le reconocería? estaba seguro de que no. Cómo iba a reconocerlo treinta años después. ¿Cuántos alumnos habrían pasado por sus clases? Ni siquiera le parecía posible que recordara su nombre. No, no iba a pasar por eso, prefería perder la oportunidad antes que arriesgarse a la bochornosa realidad del olvido.
Pero por fin se armó de valor y se acercó por detrás. Aspiró buscando el aroma que conservaba en su memoria. No era el mismo perfume y le pareció ingenuo por su parte haberlo esperado. El de ahora lo encontró más adecuado, olía a perfume caro, y también le gustó.
- ¿Desea alguna cosa más?- dijo mientras buscaba anhelante su mirada.
- No, gracias
En ese momento anunciaron un tren por megafonía, ella cerró el libro y se levantó dirigiéndose con su maleta de ruedas hacia la puerta. Él la abrió para dejarla pasar y cuando la tuvo cerca, no pudo evitar que las palabras escaparan de su boca precipitadamente:
- El bar es mío.
Ella parpadeó, y por unos segundos le prestó atención mientras sus miradas se encontraban. “Enhorabuena” dijo sonriente y se mezcló entre la gente camino del tren. Antes de torcer hacia el andén la vio pararse un momento y girarse hacia la cafetería. El seguía todavía allí sujetando la puerta y la despidió tímidamente con la mano. Ella le devolvió el saludo.
Rosana García
Alumna del Curso de Narrativa Avanzado
Escribe en el blog lakarcoma.blogspot.com/
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