Picados suaves sobre el agua, Antonio Luis Ginés

Picados suaves sobre el agua es el cuarto poemario del poeta cordobés Antonio Luís Ginés. En este nuevo libro,  el título nos evoca una escena en la que el agua, aparentemente calma, presagia que algo va a suceder: las picaduras, esos diminutos puntos blancos que la azuzan,  amenazan un cambio. Mar que se mueve pero no porque sea mecido por las olas. Agua que se mueve pero tampoco porque la tormenta lo encrespe. Si acudimos a la metáfora, nos damos cuenta de que el autor no está enunciando otra cosa que un estado de ánimo en el que late la inquietud del presente desde una mirada que frecuenta el adentro y el afuera, enlazando ambos espacios de tal manera que el poema acaba siendo un apunte rápido, cogido al vuelo,  de situaciones cotidianas que estallan en un momento de la existencia.

Los poemas, de títulos compuestos de una sola palabra significativa, abren un camino que intuye  el desmoronamiento de la existencia en cada uno de sus derroteros: brújulas, tanto, éter, merendero, tonos, talgo, piedras, punzada… marcando un rumbo de expectación a la deriva. Se dice que,  cuando el yo no se nota, todo el drama del relato queda recogido en el texto y éste produce cierta perplejidad porque vemos al sujeto fuera del marco, sintiendo la propia desazón que le produce aquello que siente,  y que por ser mirado es devuelto sin ninguna esperanza.

En estos poemas también acontecen una serie de sucesos a los que hay que prestar atención porque dejan una punzada, aquello que Roland Barthes definió en La cámara lúcida como una especie de pinchazo en el alma, un golpe de certeza,  que devuelve a algunos actos cotidianos, como telefonear, escuchar música, conducir, hacer el amor… a un estado de latente peligro, de inminente desmoronamiento que podría traducirse en la pregunta: ¿qué hay detrás de todo esto? ¿qué clase de muerte es la que me espera antes incluso de que sepa algo del sentido de esta vida? La escritura perfila dicha inquietud y la muestra en relieve quitándole el tejido del regodeo, la envoltura de lo bello. Lo que queda es sólo la mano que zarandea hasta dejar que las hojas de lo que no sirve (el exceso de lirismo) se las lleve el viento. Y es que si hay una tradición que se ha impuesto en los últimos años en la poesía más joven es la norteamericana, de la mano, sobre todo, del escritor y poeta Raymond Carver (1939-1988) que, como sabemos, era también un avispado lector de Chejov.

Antonio Luis Ginés saca de contexto los tópicos a los que nos ha llevado dicha literatura en nuestro país hasta llegar a cansar por su exceso de amaneramiento.

Tantas veces me pregunto para qué sirve la poesía, pero aunque lo sepa, a veces no sé dar una respuesta que se adecue a la situación. Ahora mismo me digo que la poesía sirve para mostrar esa casi imperceptible fisura entre lo que es y lo que podría haber sido tal como nos muestran la mayor parte de estos poemas.

//Concha García es porfesora del curso de Poesía del Laboratorio de Escritura.

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